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La Serena de la mar (II)

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Seguimos con la reseña del libro de Carlos García Gual, Sirenas. Seducciones y Metamorfosis, a cargo de Benamí Barros García en la revista Amaltea, a propósito de la conferencia pronunciada por el citado catedrático de griego palmesano el pasado 14 de octubre en el Ateneo de Castellón sobre el mismo asunto que trata el libro.

Da comienzo la segunda parte del libro, “Más allá del mundo antiguo”, con un capítulo compuesto de “tres comentarios renacentistas” (Boccaccio, Natale Conti y Pérez de Moya) y una sugestiva reflexión o explicación cercenada por la ausencia de textos antiguos que corroboren lo defendido (p. 95) sobre la aparición en el imaginario colectivo de las colas de pez de las sirenas (pp. 91-95). Tras esta explicación, y no es casual, se inicia el capítulo cuarto, dedicado a la conceptualización de las sirenas como “peligrosas rameras” que ninguna divinidad pudo salvar de “ser sometidas a la interpretación alegórica, que, regateando la veracidad de los relatos míticos y sus figuras fabulosas, hacía de los mitos considerados meras ficciones fantásticas” (p. 97). Estas, ahora, criaturas capaces de despojar de todo a los viajeros conllevan un verdadero peligro “para la salud del alma” (p. 98). Y con esto llegan las clásicas dicotomías de la luz y la sombra, de la belleza y la perdición, propias del cristianismo. Supone en este punto el texto de García Gual un complemento extraordinario a la necesaria obra de Hugo Rahner sobre la interpretación cristiana de los mitos griegos, publicada en español (Herder, 2003) sesenta años después de su aparición en lengua original…

Con la majestuosa y reveladora sirena solitaria y romántica de Waterhouse a la izquierda, se emprende un bello y bien pausado caminar a través de los emblemas y metáforas (capítulo V, pp. 109-122), a través de un paisaje de sirenas que parecen ser solo metáfora de la desviación del deber.

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La Sirena (1901), óleo sobre lienzo. 98 x 67 cm., de John William Waterhouse  The Royal Academy of Arts. Londres

Variaciones y transformaciones que se alejan del mito original oscilando entre la belleza peligrosa, la mulier formosa superne y la femme fatale, pero algunas de tanta hermosura, que merecen ser alabadas por su libertad o apropiación del mito, como ocurre con el magnífico soneto de Lope de Vega (n. 71, p. 119): “Ir y quedarme, y con quedar partirse, / partir sin alma, y ir con alma ajena, / oír la dulce voz de una sirena, / y no poder del árbol desasirse…”. También leemos a Góngora, Quevedo, Petrarca y muchos otros en los que se da una “fórmula abreviada del sentido simbólico esencial del relato mítico, reducido ya a imagen y con sentido moral. El emblema deviene metáfora visual” (p. 119). Y como elemento visual puede ser avistado por numerosos viajeros (capítulo VI, p. 123-141). Aumenta la confusión de las sirenas con otros seres del agua y del mar, desde las nereidas hasta las mermaids y ondinas. Y en esta disimulada prosopagnosia histórica para con las sirenas llegará la interpretación romántica, que contribuye a bifurcar su imagen y sentido (p. 132) …

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Imágenes de los amores imposibles (capítulo VII, p. 141-156), las sirenas representan la poderosa y magnética belleza y miden la resistencia del héroe. Entre los textos analizados más sugerentes podemos destacar El pescador y su alma de Oscar Wilde (pp. 146-150), donde los papeles parecen invertirse y la sirena figura atrapada, dormida, en espera del beso del héroe. Inscrito en el ideario de que “los amores con una sirena suelen acabar mal” (p. 150), el relato de Wilde supone una revisión de las funciones de los actores del mito, en cuyo elenco no figura Circe desde hace mucho tiempo atrás.

Llegamos al capítulo VIII, “Un abordaje fracasado” (pp. 153-156), centrado en La Odisea de Derek Walcott, donde Ulises (Odiseo) combate en dos encuentros contra mermaids y sirenas, sucesivamente. El capítulo, especialmente breve en extensión y comentario, parece estar explícitamente aislado del resto de textos.

El cuarto y último intermedio, “Otros textos sueltos” (pp. 177-186), se basa en textos de Agustí Bartra, Augusto Monterroso, Ignacio Sanz, Luis Martínez de Merlo, Luis Alberto de Cuenca, Walter de la Mare, José Emilio Pacheco y Julio Torri. Da entonces comienzo el noveno capítulo, “Reivindicación de las sirenas” (pp. 187-198), título que es ya exhortación en la mente de un lector que avanza por las interpretaciones de Maurice Blanchot (parcialmente traducido), Tzvetan Todorov, Citati, Adorno y Horkheimer. Contra estos dos últimos alza su voz García Gual para salir en defensa de Ulises (p. 191, también en pp. 195-198).

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Ulises y las Sirenas (1909), óleo sobre lienzo, de 177 x 213 cm., de Herbert James Draper. Ferens Art Gallery. Kingston upon Hull, Gran Bretaña

La “Coda final” (pp. 199-201) está dedicada al porqué del nombre de sirena para referirse al objeto de sonido estridente o, según la definición actual de la Real Academia Española, al “pito que se oye a mucha distancia y que se emplea en los buques, automóviles, fábricas, etc., para avisar”. “La homonimia alberga una cruel ironía” (p. 200), dirá García Gual. Tras el mito reducido a símbolo, a objeto que genera una estridencia alejada del otrora melodioso canto, y justamente antes de que caiga de nuevo el telón negro sobre los ojos del lector, la breve “Nota bibliográfica” (pp. 203-204) se presenta como un atisbo de esperanza, como un breve himno que deja constancia de la perdurabilidad de las sirenas en el imaginario colectivo y, por tanto, de las posibilidades e importancia de su estudio.

García Gual consigue que el mito homérico resuene a lo largo de las páginas con fuerza, que el lector atisbe el porqué de las transformaciones y, sobre todo, lo incita a buscar, a descubrir posibles conexiones y lazos a través del tiempo entre las diferentes caracterizaciones y reformulaciones de aquellas sirenas, “taimados monstruos” (p. 10) acostumbrados al “intersticio de los dos mundos” (p. 25), que han sabido sobrevivir y ser testigos del peso de tantos siglos. Dejemos a las sirenas que nos canten lo que somos y seamos capaces de escuchar su canto.

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De la mayor parte de ello habló García Gual en su conferencia en el Ateneo castellonense, charla bella y oportunamente ilustrada con interesantes imágenes, como dijimos más arriba, de la cerámica griega, de la pintura pompeyana, de códices medievales, de autores románticos o prerrafaelitas o de pintores contemporáneos.



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